Luz Marus me publicó un cuento en La Unica Revista
http://www.launicarevista.com/?p=2751
Jorge Churio
¿Vos bien? Bien ¿Vos?
Publicado en "Continuidad de las Voces 2012", De Los Cuatro Vientos.
El otoño muerde en esta
mañana color gris lunes. El andén está casi vacío del lado que yo espero y
pienso —siempre pienso— que es una buena metáfora de mi vida en Buenos Aires.
El tren a Once se detiene, las ventanillas se llenan de
más abrigos apretados y se va. El mío, para variar, no tiene hora de llegada. Partidas
inciertas, andenes contrarios... Bien podría escribir algo, pero: ¿qué?
—Hola
Una voz que conocí mucho. Me vuelvo:
—Hola.
Su nariz con frío asoma por sobre la bufanda. Se quedó
pelado. El aliento envuelve su cara con un vapor leve y efímero.
—...
—...
Mi cara despliega su propia cortina de vapor.
Pregunto:
—¿Todo bien?
—Bien ¿vos?
—Bien ¿Qué hacés por acá?
—Vine a una audiencia —dice.
—¿Seguís por allá?
Enciende un cigarrillo, exhala hacia un costado. Nunca me
gustó su aliento a cigarrillo.
—¿Vos que hacés? —pregunta.
—Ahora nada.
Me mira y sus ojos verdes esconden la pregunta —porque lo
conozco bien y sé que esa mirada anticipa siempre una pregunta, pero no la que
me hace:
—¿Estas bien?
—Bien, si.
Con las manos recargadas en los bolsillos miramos el
andén contrario.
Dice:
—¿El tren a Once es acá?
—Enfrente —remarco con un gesto de la cabeza y nos
quedamos mirando al andén contrario.
—Me casé y tengo un hijo —comenta.
—Qué bien, te felicito. ¿Cómo se llama?
—Como vos.
Apura una pitada.
Exhala.
Allá enfrente la gente empieza a amontonarse.
Inhala.
Mis zapatos perciben el retumbar del tren que se acerca.
—Viene un tren —comento.
—¿El tuyo o el mío?
Nos miramos. Exhala. Al final del andén aturde la
campanilla, la barrera baja y los autos empiezan a gambetearla. Él enfila al
puente peatonal.
—Escribo —disparo a su nuca.
Vuelve a mí.
—Te decidiste, muy bien.
—Si, bien.
—Me gustaría leerte.
—Te mando algo —prometo, y no intento saber su correo
electrónico, ni él hacérmelo saber.
Los autos dejan de cruzar.
—Es el tuyo —comento.
Nos miramos en silencio y entendemos que es el momento de
irse.
Jorge Churio
Las Socho en la Feria del Libro de Mar del Plata
Las Socho va a estar en la 8va Feria del Libro de Mar del Plata
En el stand de la Secretaria de Cultura.
http://www.facebook.com/pages/Feria-del-Libro-Mar-del-Plata/235832499878890
En el stand de la Secretaria de Cultura.
http://www.facebook.com/pages/Feria-del-Libro-Mar-del-Plata/235832499878890
La plataforma soflamática de Señor Arias (cuento)
Alta en el cielo/ un águila guerrera/ audaz se
eleva/ en vuelo triunfal/ asulunara, del color del cielo/ asulunara, del color
del mal
A pesar de las tres décadas y pico
que pasaron, así cantaba Aurora: asulunara del color del mal.
Me topé con ella una mañana llena de
nervios. Era marzo y el primer día de secundario y Aurora elevaba la bandera al
tope del mástil y arrancaba el día escolar. Asulunara, repetido seis años a las
siete de la mañana, sin solución de continuidad. Salvo unos días en cuarto año.
En el ochenta y dos.
A las siete en punto el timbre
bramaba y los alumnos formábamos: los de blazer a la derecha, los de mameluco a
la izquierda y todos de azul. Un cuadrillé de adolescentes a un brazo de
distancia de sus compañeros más cercanos. El timbre se calmaba y los celadores
revistaban las filas, felinos de blazer con pitucones que aseguraban el
silencio.
Silencio.
En los altavoves cruje la púa, y con
en tono nasal gritan el aria, mientras, de a tirones, la bandera escala al tope
del mástil, siempre a destiempo. Siempre por seis años en el frío húmedo de las
siete de la mañana. Bueno, casi seis
años, porque en cuarto año, durante dos meses, nos hicieron escuchar otra cosa.
Es notable lo frías que son las
siete de la mañana en la intemperie de Mar del Plata; más que el frío es la
humedad. O las dos cosas juntas. Porque el frío húmedo cala hondo, los pies, la
cara, y sobre todo los dedos de la mano. Y esas mañanas, los guantes de lana azul no sirven de gran
cosa, igual que los pasamontañas verde oliva.
Claro que esto sólo pasaba en los
meses más crudos de invierno, pero así son las mañanas que recuerdo de
entonces. Repitiendo asulunara, del color del mal, por seis años. Con expeción
de aquellos dos meses.
En el ochenta y dos.
Terminaba la canción con la bandera
a tope del mástil y llegaba el mensaje matinal de Señor Arias. Señor Arias era
el director, un ex seminarista de traje gris oscuro, rasgos indianos y pelo
negro charolado con gomina. Pero no tenía bigotes. Voceaba un “alumnos, buenos
días”, y a voz en cuello devolvíamos “buenos días, Señor Director”. Entonces
Señor Arias recorría con un gesto amplio de su cabeza las filas azules y
comenzaba su homilía acerca de las virtudes del alumno ejemplar. De a una por
día; se repetían con frecuencia y nunca supe si era porque Señor Arias era
hombre de pocas ideas o el alumno ejemplar no era un sujeto demasiado virtuoso.
Y en esa mañana de cuarto año los
celadores no lograban nuestra formación, el silencio se demoraba por
comentarios entusiasmados, imagino que ellos estarían igual, porque todos
estaban igual esa mañana. Silencio. La púa crujió diferente y los altavoces
vociferaron la Marcha de Las Malvinas. Desorientados por el cambio de aria,
buscábamos algún compañero que nos soplara la letra. Cuando el rabillo del ojo
advertía la mirada suplicante de alguien, mis cejas le pedían disculpas. Los
del frente —cuándo no— fueron los que peor la pasaron, tuvieron que camuflarse
en las palabras que lograban adivinar. La bandera de ese día llevaba el sol
patrio bordado en hilos imitación oro. Y Señor Arias cambió su leitmotiv, ahora
su discurso contenía abundantes “fuerzas
armadas” y “nuestras Malvinas”, y había cambiado su voz paternal por una que
tremulaba de gloria.
Tras
su manto de neblina es lo único que supimos de la Marcha, lo demás habrá
sido fonética asulunara, del color del mal.
Porque el mal algún color debe tener
¿no? Hasta no hacía tanto tiempo, el color del mal era el gris oscuro de los
soldaditos alemanes y el color del bien era el verde oliva de los americanos.
Esos eran mis ejércitos: alemanes gris oscuro, americanos verde oliva. Y claro,
siempre ganaban los americanos, pero sólo después de enormes sacrificios en
teatros de operaciones de baldosas de patio o piso de parqué. Nunca se tomaban
prisioneros, el sadismo impúber lo prohíbia. En verdad, mi ejército de Los
Buenos llevaban un casco que parecía una ensaladera de bordes anchos, así que
eran ingleses. Los buenos eran ingleses. Aunque esa mañana del ochenta y dos
Señor Arias dijo otra cosa. De los ingleses, quiero decir. Porque en este
cuento los alemanes no tallaban.
Durante los fines de semana a Señor
Arias lo reemplazaba el comunicado número. La tele en la que cuatro años antes
fulguraron los colores del mundial, mostraba un Escudo Nacional sobre fondo
asulunara. En off, el locutor oficial comunicaba el comunicado número en tono
grave, como si supiese lo que decía.
Los lunes a las siete volvía el
cotillón patriótico.
Omití un detalle importante, Señor
Arias parlaba su homilía enhiesto sobre una plataforma. No era gran cosa (estoy
hablando de la plataforma), apenas un cubo de aglomerado algo mayor que un
cajón de verduda. Debido a que mi estatura me situaba en la mitad de la fila,
Señor Arias se me presentaba del cuello para arriba.
Muchas cosas cambiaron ese día.
Aparte del aria y el modelo de bandera, las reflexivas homilías de Señor Arias
se habían transformado en aúreas soflamas. Pasaban las semanas, el invierno
mordía cada vez más fuerte y la gesta tomaba dimesiones samartinianas. Tanta
grandeza inflaba el pecho de Señor Arias y lo hacía crecer, ayudado cada viernes por el taller de carpintería,
que añadía diez centímetros a las patas de su plataforma soflamática. Si no
gambeteo a la sinceridad, debo reconocer que lograba el efecto que buscaba, el
bronce se nos metía en el alma lo mismo que el frío en las manos. Algunos
intentamos presentarnos como voluntarios, yo quería ser buzo táctico.
Tal vez exageré con los diez
centímetros semanales, sería un poco menos; pero el asunto es que la primigenia
plataforma homilética se elevaba unos treinta centímetros; mientras que la
soflamática creció semana a semana hasta alcanzar unos ochenta centímetros.
Para la semana número diez, Señor Arias se me presentaba entero hasta la altura
de la ingle. Hombre bravo Señor Arias, gritando con su puño derecho elevado
"Dios, Patria y Hogar" sobre cuatro dudosas patas de madera
empalmadas diez veces.
Hasta que llegó el 13 de Junio.
Es extraño el humor de los dioses,
el 13 de junio de 1982 fue martes; martes trece, no te cases ni te embarques.
Esa mañana, Señor Arias llegó a su pedestal (porque a esta altura no cabía duda
que era ya un pedestal) con un salto felino. Un mechón de pelo caía sobre su
frente y su noble testa claramente robada por la grandeza. Su mirada de gigante
recorrió las filas azules. Con la voz más potente que jamás le escuchamos, su
“buenos días alumnos” retumbó por el patio como el trueno de la batalla. El
tono insigne de su voz me despabiló, y toda mi atención fue para Señor Arias.
Habló de la guerra sin eufemismos, haciendo que cada oración fuese más
dramática que la anterior, separándoles con silencios ominosos. Tenía el deber
moral de participarnos que para cuando terminase el día las Malvinas serían
total y definitivamente recobradas; a la madrugada, el Estado Mayor Conjunto
había ordenado la ofensiva Steiner. Un cuerpo de élite, los cuchilleros
correntinos, habían desembarcado en la retaguardia enemiga y atacarían al final
de la tarde, con orden de pasar a degüello. Los imperialistas ocupaban las
alturas alrededor de Puerto Argentino y nos creían vencidos. Buzos tácticos de
nuestra Marina se habían infiltrado detrás de las posiciones de esos piratas
asquerosos y reportaban que los Royal Marines
festejaban la victoria, emborrachándose hasta el desmayo. Nuestros
bravos cuchilleros estaban ya en sus posiciones y con las últimas luces del día
aquellas colinas serían cubiertas con la sangre de los hunos, serían
exterminados, como nadie se atrevió jamás, como debió hacerse hace mucho
tiempo. Aniquilados. Exterminados.
Arias gritó:
— ¡Patria o muerte!
Las patas de madera empatillada diez
veces crujieron y Señor Arias desapareció de mi vista. Explotó una risa reída
por seiscientos cuarenta y nueve alumnos azules, los de izquierda de mameluco,
nosotros de blazer azul.
El día después el sol desapareció de
la bandera, cantamos Aurora y Señor Arias reflexionó sobre las virtudes del
alumno ejemplar; hoy: la honestidad.
Ni siquiera tuvieron la decencia de
izar la bandera a media asta.
Jorge Churio
2 de Abril 2012
Curriculum
Publicaciones
Las Socho, antología (2012), Turmalina (ISBN: 9789871587339)
La plataforma soflamática de Señor Arias (2012), Diario La Capital de Mar del Plata.
Las Socho, cuento (2011), Antología Poetas y Narradores Contemporáneos, De los cuatro vientos (ISBN: 9789870804444)
El grupo de los jueves (2010), El libro de los talleres VI, Dunken (ISBN: 9789870241102)
¿Vos bien? Bien ¿Vos? (2012), Continuidad de las voces 2012, De Los Cuatro Vientos (ISBN: 9789870807032)
Concursos
Concurso Grammatta/Fdcion El Libro/EUDEBA
Tercer puesto con el cuento Dospuntocero.
3er puesto concurso literario Grammata
Buenos Aires, 17 de mayo de 2012. Grammata S.A., empresa especializada en el diseño, edición y comercialización de libros electrónicos, anuncia los ganadores de los Premios Grammata 2012, un concurso de cuentos sobre la irrupción de la tecnología en la lectura.
El certamen, organizado por la empresa argentina y con el auspicio de la Fundación El Libro y EUDEBA, premió a las mejores historias y/o relatos sobre la relación entre las personas y los libros ante la penetración de las nuevas tecnologías.
Los trabajos premiados fueron: en primer lugar, “El día menos pensado” creado por DOMËNIKA, que recibió como premio un Papyre 613 y un voucher para la descarga de libros digitales disponibles en la página de Grammata por un valor de $ 1.000 (mil pesos argentinos); en segundo lugar, “El Ansiado destierre” escrito por Damián Díaz Fraga, ganador de un Papyre 6.1; y luego el cuento "Dospuntocero” escrito por Jota quien recibió un Papyre 7.1.
Además de estos premios, el jurado compuesto por el escritor Marcelo Birmajer, Gabriela Adamo (Directora Ejecutiva de La Fundación El Libro) y Gonzalo Álvarez (Presidente de EUDEBA), entregaron menciones honoríficas para los primeros puestos.
Las Socho, mi primer libro.
En Mayo, Editorial Turmalina publica mi primer libro: Las Socho.
Pasar por la experiencia de elegir los cuentos, dispersar borradores en todas las editoriales posibles, recibir respuesta de una, que la respuesta sea positiva, corregir, editar, corregir, corregir. Armar el diseño de tapa, pedirle a mis maestros la contratapa y el prólogo (que lamentablemente están mejor escritos que los cuentos mismos). Y por fin recibir la prueba de impresión...
Es por esta razón que decidí publicar algunas notas sobre Las Socho.
Página: Antología Las Socho
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